- Adriana Mascelloni
- 9 abr
- 2 Min. de lectura

En una isla remota, perdida en el vasto océano, se alzaba un faro que emitía una luz peculiar. No era un faro común; su luz no guiaba barcos ni evitaba naufragios. En cambio, iluminaba los silencios de quienes lo visitaban.
Julia llegó a la isla buscando respuestas. Había huido de su ciudad, de las presiones de su trabajo y de los conflictos internos que la perseguían desde hacía años. Había escuchado rumores sobre el faro y la transformación que ofrecía.
Al llegar, encontró a un hombre anciano sentado en la entrada del faro.
—¿Vienes a buscar claridad? —preguntó el hombre.
Julia asintió.
—Entonces, debes subir sola y en silencio. Solo escuchándote a ti misma encontrarás lo que buscas.
Julia comenzó a ascender por la escalera en espiral. Cada paso resonaba en el faro vacío, y con cada escalón, los pensamientos que había evitado durante tanto tiempo comenzaron a surgir. Recordó las decisiones que postergó, los sueños que abandonó y las palabras que nunca dijo.
Cuando llegó a la cima, encontró un espejo en lugar de una lámpara. Al mirarse, vio sus propios ojos llenos de lágrimas. Comprendió que la luz del faro no estaba afuera, sino dentro de ella.
Descendió en silencio, con el corazón más ligero. El anciano la esperaba en la base.
—¿Encontraste lo que buscabas? —preguntó.
Julia sonrió.
—Sí. La claridad no está en las respuestas, sino en las preguntas que me atreví a hacer.
Moraleja: El silencio es el espacio donde podemos escuchar nuestras verdades más profundas. La claridad no viene de las respuestas externas, sino de las preguntas que nos hacemos a nosotros mismos.
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