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En un rincón olvidado de la ciudad, donde las luces de las calles parecían desvanecerse en la niebla, Luisa encontró un mercado extraño que solo aparecía de noche. Era un laberinto de puestos diminutos y susurros en lenguas desconocidas. Pero lo que mÔs llamó su atención fue un pequeño cartel que decía: "Sueños a la venta".

Intrigada, se acercó al puesto. DetrÔs del mostrador, un hombre de edad indefinida la observaba con una sonrisa misteriosa.

—¿EstĆ”s buscando un sueƱo? —preguntó el mercader.

Luisa dudó. Durante años había vivido atrapada en una rutina gris. Su trabajo, su casa, sus relaciones, todo parecía teñido de una monotonía que había apagado sus ilusiones.

—¿QuĆ© clase de sueƱos vendes? —inquirió, cruzando los brazos.

El mercader sacó una caja de madera y la abrió con delicadeza. Dentro, había pequeñas esferas que brillaban como estrellas capturadas.

—Cada esfera contiene un sueƱo Ćŗnico. Al elegir uno, vivirĆ”s esa experiencia como si fuera real. Pero hay una condición: debes renunciar a tu presente mientras dure el sueƱo.

Luisa contempló las esferas, fascinada. Había una que parecía brillar mÔs intensamente, y al tocarla, imÔgenes comenzaron a formarse en su mente. Se vio a sí misma como una pintora famosa, viviendo en un estudio lleno de colores y lienzos, reconocida por su talento.

—¿Y si no quiero volver? —preguntó.

El mercader se encogió de hombros.

—El sueƱo puede ser perfecto, pero tarde o temprano te llamarĆ” la realidad.

Sin pensarlo mÔs, Luisa aceptó la esfera y cerró los ojos. Al abrirlos, se encontró en un mundo completamente diferente. Estaba rodeada de pinceles y pinturas. La gente la admiraba, sus obras eran expuestas en las galerías mÔs prestigiosas, y por primera vez en años, sentía que su vida tenía sentido.

Pero el tiempo dentro del sueño comenzó a desdibujarse. Los días se mezclaban con las noches, y aunque su éxito era innegable, algo faltaba. Una sensación de vacío se filtraba en sus pensamientos. Se dio cuenta de que, a pesar de la belleza del sueño, extrañaba los pequeños detalles de su vida real: el aroma del café por la mañana, las conversaciones con su madre, la risa de sus amigos.

Una mañana, decidió regresar al mercado. Pero el mercader ya no estaba. En su lugar, había una nota que decía: "El valor de un sueño no estÔ en vivirlo, sino en lo que aprendes al regresar."

Luisa despertó en su cama, con lÔgrimas en los ojos. Miró sus manos vacías y sonrió. No había cambiado nada en su realidad, pero algo dentro de ella sí. Comprendió que los sueños no son un escape, sino una inspiración para mejorar lo que ya tenemos.


Moraleja: La verdadera magia de los sueƱos no estƔ en huir de la realidad, sino en aprender a ver lo extraordinario en lo cotidiano. Los sueƱos son una guƭa, no un refugio.


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