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Clara siempre había vivido con prisa. El trabajo, las obligaciones familiares y las exigencias de la sociedad parecían absorber cada minuto de su día. Se jactaba de ser eficiente, pero en su interior sentía que algo se le escapaba.

Un día, recibió un paquete misterioso. Dentro, encontró un reloj de bolsillo antiguo, con un grabado en la tapa que decía: "Para aquellos que buscan más tiempo."

Curiosa, abrió el reloj. De inmediato, el tiempo pareció ralentizarse. Las horas se estiraban, los segundos pasaban más despacio, y Clara sentía que podía hacer mucho más en un solo día.

Al principio, fue una bendición. Logró avanzar en su carrera, pasar más tiempo con su familia y dedicarse a sus hobbies. Pero pronto notó que algo estaba cambiando. Aunque tenía más tiempo, sus momentos de alegría y descanso se sentían vacíos.

Una tarde, mientras contemplaba el reloj, notó que sus manecillas se movían en sentido contrario.

—El tiempo no se puede robar —dijo una voz a su espalda.

Clara se giró y vio a un anciano de aspecto sabio.

—El tiempo es un regalo que solo puede aprovecharse si se vive plenamente. No se trata de cuánto tiempo tengas, sino de cómo lo usas.

Clara cerró el reloj y lo guardó en un cajón. Desde ese día, comenzó a valorar más los momentos simples: una conversación con un amigo, una tarde leyendo bajo el sol, un paseo sin rumbo. El tiempo ya no era un enemigo, sino un compañero.


Moraleja: El tiempo no se mide en cantidad, sino en calidad. No se trata de tener más horas en el día, sino de aprovechar plenamente los momentos que tenemos.


 
 
 

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Guest
Apr 01
Rated 5 out of 5 stars.

Cuento corto y muy atrayente para adolescentes y gente adulta.

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