- Adriana Mascelloni
- 7 may
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Andrés, un viajero incansable, llegó a un pueblo que no aparecía en los mapas. Desde el momento en que cruzó sus calles empedradas, notó algo peculiar: todo parecía funcionar al revés. Los ancianos eran jóvenes en espíritu, mientras que los jóvenes hablaban con la sabiduría de los años.
En el mercado central, Andrés observó cómo los comerciantes intercambiaban conocimiento en lugar de dinero. Los objetos más preciados no eran joyas ni bienes materiales, sino historias y experiencias.
Intrigado, se acercó a un anciano que estaba tallando madera en silencio.
—¿Cómo funciona esta ciudad? —preguntó Andrés.
El anciano sonrió.
—Aquí valoramos lo que permanece cuando todo lo demás desaparece. El conocimiento, la conexión y las experiencias son nuestro verdadero tesoro.
Andrés continuó explorando la ciudad. Notó que las despedidas se celebraban como nuevos comienzos, y las pérdidas eran vistas como oportunidades para crecer. Al final del día, comprendió que la ciudad invertida no era un lugar extraño, sino un reflejo de las prioridades olvidadas en su propia vida.
Al partir, el anciano le entregó un pequeño amuleto.
—Lleva contigo este recuerdo. No olvides que el mundo puede ser visto desde muchas perspectivas, pero la verdadera riqueza siempre está en el interior.
Moraleja: Cambiar nuestra visión del mundo nos permite redescubrir su belleza.
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